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¿qué, si no realismo mágico?

 

 

Si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería.

Gabriel García Márquez (La mala hora)

 

 

En 1982 García Márquez le trajo a Colombia una de las alegrías más grandes que al norte del sur se han vivido jamás: un premio Nobel de literatura. Del Amazonas a la Guajira, el país se vistió de guayabera, haciéndole honor a aquel personaje, que consideraba el frac un traje de mala suerte.

 

Durante esa misma década, sin embargo, una década casi celosa de Aureliano Buendía, Colombia se hacía a la tarea de guardarles luto a todas las víctimas de la violencia causada por el narcotráfico y el marcado bipartidismo. Un país lleno de contradicciones: supuestamente uno de los más felices del mundo, pero a la vez, el tercero más desigual de Latinoamérica. El país de Tirofijo y de Patarroyo, de Márquez y de Escobar. "Así somos, y nada podrá redimirnos. Un continente concebido por las heces del mundo entero sin un instante de amor: hijos de raptos, de violaciones, de tratos infames, de engaños, de enemigos con enemigos", como lo expresaba Gabo. Y Colombia, por supuesto, es hija de ese continente.  

 

La ficción, en tiempos inmemoriales, fue creada por los hombres para aliviar un poco el sufrimiento de la vida. Para imaginar un mejor porvenir en diversos universos posibles. Ha sido útil a la hora de explicar aquello que no comprendemos y ha servido para consolarnos ante la muerte, convenciéndonos de que, en efecto, hay un mejor lugar.

 

En un país como Colombia, no podían los grandes hacerse a cualquier género literario. No. Allí sí que se cumple aquella frase que dice que la realidad supera la ficción. Decía el maestro en La mala hora "si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería". Y "esto" en Colombia puede ser cualquier cosa: desde una noticia de último minuto, que cuenta cómo Jesús se apareció en una empanada, hasta el hecho de que en Aracataca haya niños que hoy no conocen el hielo. Es por esto que para la más grande pluma del país no quedaba otra opción que el ese tipo particular de realismo. En un territorio donde los absurdos resultan cotidianos y donde lo extraño es bastante común, ¿qué, si no realismo mágico?

 

Grande, Gabo. Hoy, no nos queda más que agradecerte, dondequiera que estés, por uno de los mayores orgullos que ha vivido nuestro pueblo: tu Nobel y tú mismo. Por conmocionar el mundo en dimensiones que nunca imaginamos. Por dirigir la atención de otras naciones hacia Colombia en un sentido positivo. Por enseñarnos que sólo debemos temer a la muerte si no morimos de amor. Es cierto que los hombres mueren y mueren para siempre. Pero la literatura, ésa siempre sobrevive. 

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