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Pobreza, ¿de qué?

 

“¡Rico no! Soy un pobre con plata, que no es lo mismo”.

-Don León XII Loayza (El amor en los tiempos del cólera)

 

Aquella tarde – quizá mañana o quizá noche – de 1492, tres barcos se asomaron a una de las muchísimas orillas del nuevo continente. Esos hombres, venidos del otro lado del Atlántico, encontraron unos “salvajes” de ropas escasas habitando una tierra llena de especies exóticas y oro. Saber si por ello fueron tildados de “ricos” o si los indígenas así se veían a sí mismos, sería más objeto de una búsqueda antropológica que de una entrada de un blog. Sin embargo, y esto sí es algo que interesa al presente texto, es un hecho que a estos hombres que vivían en permanente contacto con la naturaleza se les robaron metales de inmenso valor en Europa y de escaso valor en la América de aquel entonces, y se les impuso un estilo de vida muy diferente al que llevaban. Una vez “descubierto” el nuevo continente, el rumbo de éste cambiaría para siempre. Un cambio significativo fue, además de una nueva religión y de unos nuevos dictámenes políticos y sociales, la llegada de un concepto particular: el concepto de “pobreza”. Somos un subcontinente pobre. Pero esto, ¿qué significa?

 

A lo largo de la historia, la pobreza ha sido objeto de diferentes valoraciones ideológicas. Sencillamente, en un mundo donde se vive de la agricultura y de la caza, la pobreza es muy distinta a la de una gran ciudad del mundo contemporáneo. El sentido de este escrito no es decir que en realidad los colombianos y los latinos somos ricos en sonrisas y en felicidad, porque ésas son cosas que no pesan cuando hay estómagos vacíos en los hogares. Sí que es cierto que hay pobreza en mi país y en el resto de Suramérica, pero también hay un par de asuntos sobre los cuales vale la pena llamar la atención.

 

Los conceptos se definen a partir de sus opuestos. Es decir, para este caso particular, la pobreza se define a partir de la riqueza. No hay oscuridad sin luz, no hay bien sin mal. Si la riqueza se traduce en posesiones producto de procesos industriales: ropa, autos, viviendas…, la pobreza es algo así como la que se padece hoy en muchos lugares del mundo. El problema es que tras la pobreza viene la desigualdad. Entonces, ya el asunto no es de coches o de lujos, es de necesidades básicas, como comida y techo. Pero si tenemos en cuenta lo primero que hemos planteado, es decir, lo que se entiende hoy en occidente por "pobreza", veremos que es producto de un tipo particular de discurso.

 

El discurso del desarrollo, el que nos ha enseñado qué significa ser pobres, se vale de una metáfora interesante, algo así como que los países son plantas que, una vez nacen, deben crecer y desarrollarse. El problema es que quienes promulgan esta manera de ver el curso de las naciones son los habitantes de las plantas más altas, más desarrolladas. Entonces nosotros, los de abajo, asentimos y nos dejamos permear por la idea de que la industria tiene que crecer y de que hay que explotar los recursos naturales. Yo soy una amante de la civilización y de las ciudades, no me malinterpreten. Pero pienso que la imposición de estos modelos, de la manera en que debemos desarrollarnos para llegar a donde están ellos, es una estrategia para mantenerse altos y para mantenernos a nosotros pequeños. Pienso que no todos los países tienen que seguir el mismo curso y que andar descalzos por el monte y por la vida no necesariamente quiere traduce en pobreza. De modo, pues, que me resulta interesante pensar, primero, en qué tipo de opuesto estamos basando nuestro concepto de pobreza. Y, segundo, que el problema ni siquiera es la pobreza. Es la desigualdad. Lo que es grave no es que unos tengan pocas cosas, sino la brecha que los diferencia de los que tienen muchas. Hay pobreza en nuestro continente, seguro. Pero, sobre todo, hay desigualdad.

 

Entonces, antes de hablar de pobreza, preguntémonos, señores: ¿pobreza, de qué?

 

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