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La vida pende de un hilo

Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo

y me regalara un trozo de vida,

posiblemente no diría todo lo que pienso,

pero en definitiva pensaría todo lo que digo.

 

La marioneta (fragmento) – Gabriel García Márquez 

 

(Texto realizado para el curso de Psicología de la Comunicación)

 

El telón siempre ha estado ahí. La función empezó hace varios miles de años. Las marionetas, sin embargo, van cambiando. Se reemplazan las viejas por las nuevas y cada marioneta cambia, a su vez, con el paso de los días. Desde que abrió el teatro han estado ahí también los titiriteros. Sigilosos, invisibles y sutiles, son los únicos que conocen el guión.

 

En este teatro hay marionetas de todo tipo. Algunas altas, otras bajitas, unas gordas y otras chiquitas. Hay marionetas ciegas, unas más que otras. Y hay, finalmente, un tipo muy especial de ellas: las que son conscientes de los hilos que las atan.

 

También los titiriteros son diferentes. Algunos aprovechan para su beneficio exclusivo los hilos que manipulan desde arriba. Otros, los mueven con más sutileza, dándoles un poco de autonomía a las marionetas.

 

El primer tipo de titiriteros se vale de hilos gruesos, fuertes, agresivos. Sus marionetas preferidas son aquellas que se encuentran más solas, que son más débiles, que sufren de poco carácter y enorme vulnerabilidad. Asimismo, les gustan aquellas, en palabras de Kathleen Taylor, de sentimientos extremos: pena, miedo, soledad. A todas ellas las ponen a andar a su antojo; les tapan los ojos, se los arrancan; las hacen comportarse de maneras extrañas, las cambian y, si es necesario, las obligan a morir a costa de defender sus intereses.

 

El segundo tipo de titiriteros optan por darles a las marionetas una cierta libertad. Sus hilos son más delgados, más flexibles, más visibles. Permiten que éstas observen lo que ocurre, ponderen los caminos, conozcan las opciones y decidan. Por supuesto, unos lo hacen en mayor y otros en menor medida, pero su proceder puede agruparse dentro de un mismo tipo.

 

Hay algunas marionetas en el teatro, pertenecientes al tipo especial del que hablamos antes, que se han interesado por analizar el control que los titiriteros ejercen sobre ellas y sus vecinas. Teun Van Dijk, por ejemplo, a través del Análisis Crítico del Discurso, observa con ojos astutos la cuestión de la manipulación. Este proceso, que además puede estudiarse desde perspectivas sociales, cognitivas y discursivas, correspondería al primer tipo de titiriteros. Los hilos son una metáfora para el discurso de aquellos que tienen el poder y abusan de él con el fin de influir en el pensamiento y las decisiones de otros (que vendrían, por supuesto, a ser las marionetas). Estas acciones suelen tener efecto cuando se aplican a personas que no tienen los elementos ni conocimientos para resistirse a la manipulación. Se ven dominados con mayor facilidad por la falta de información; es decir, por falta de consciencia de que se les está tratando de manipular. Luego está la persuasión, que correspondería a las acciones del segundo tipo de titiriteros. Está claro que se busca influir en las marionetas, pero de un modo más respetuoso, pues las decisiones no se imponen sino que son tomadas con libertad y los argumentos están sujetos a análisis o, cuando menos, a consideraciones. Las personas, en este caso, saben que están tratando de ser persuadidas y pueden o no dejarse sugestionar.

 

Yo soy una marioneta del teatro. Ahora extranjera. Siempre curiosa, torpe, a veces menos ciega, a veces más libre. Hace unos años, gracias a la tediosa lectura de Foucault, descubrí algunos de mis hilos y me hice consciente del teatro. La lectura de Van Dijk y las entrevistas de Punset continuaron para mí el proceso de abrir los ojos, que todavía no termina (y que quizá no termine nunca). Pero esto último no me preocupa. Creo que el punto no es pretender soltarse de los hilos, porque es imposible. El punto es hacerse consciente de ellos, de modo que se pueda tener el criterio para decidir y, cuando plazca, resistirse a la manipulación.

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