Tres puntos finales
VERÓNICA SUÁREZ RESTREPO
El silencioso "PLACER" DE SANTA ELENA
ya se ha ido. Un silletero de acero se yergue en el medio, como pidiendo que lo extrañen, que no lo olviden.
La fiesta terminó. Chivas, buses, y zapatos recorrieron las veredas de aquel corregimiento antioqueño. Flores de la región y de otras cercanas fueron protagonistas durante la jornada del seis de agosto, en la cual fueron elaboradas más de 500 silletas a manos campesinas. A partir de las cuatro de la mañana de ese mismo día empezaron a llegar los vehículos que la Alcaldía de Medellín designó para la delicada misión de transportar tan preciadas obras de arte. Más tarde, como en una peregrinación religiosa, se desplazaron hacia la ciudad las estrellas del anual Desfile de Silleteros, que este 2011 celebró su versión 54.
“Santa Elena vivió una noche de rumba; o al menos hablo por esta vereda - El Placer” – cuenta Elliana Álvarez, miembro de la Policía Nacional, con voz y ojos cansados. “La noche de armar las silletas es un pequeño diciembre. La música, la actitud alegre de los visitantes, todo eso le recuerda a uno el espíritu navideño. El turno de trabajo en la noche se hace incluso muy corto; no provoca irse”.
Realmente se siente un dejo de fiesta en la mirada de los pocos que permanecieron en casa. La mayoría nos ven con ojos de “llegaron tarde, ya se acabó la celebración”. Las calles y los caminos aún tienen carpas rojas de Pilsen. Quedan, como fantasmas, las sillas, las mesas y algunas botellas de cerveza. Los perros, de extrañas formas y colores, husmean en las basuras del único restaurante abierto de El Placer. Pero Santa Elena, a pesar de estar casi desierto, guarda en su interior hermosas historias y restos de feria.
Don Baikal Lalinde habla con nostalgia de los años pasados, cuando la noche silletera era, según él, “cultura y no comercio”. “Mire, ahora la gente viene en las chivas y no camina. Paran en dos o tres lugares y no más. Nos quieren volver como europeos, todos en fila india, visitando dizque lo más importante. Todo es igual de importante. Desde el aguardiente hasta las fotos, y, por supuesto, también lo es cada silletero”.
Unos cuantos campesinos andan a paso lento, tan característico del campo, llevando algunas flores que se quedaron sin silleta. Las voces vecinas, entre ellas la de Sonia Zapata, van haciendo el camino que desemboca en una casa amarilla, a unas veinte escaleras de la carretera.
“Los Atheortúa son una de las familias más emblemáticas de nuestro pueblo. Hace años vienen ganándose ‘un poco’ de premios. La gente se viene para acá y pregunta por ellos, ¡hasta los extranjeros!” – cuenta Sonia.
A la entrada de la tan concurrida casa ya se asoman bastantes medallas, que le hacen juego a las materas colgadas del techo. Clara Atheortúa, una mujer de unos 35 años, sale a la puerta. Lleva puesta una camiseta gris y un jean; su sonrisa está cansada pero exclama: “Bienvenidos, ¿en qué les puedo ayudar?”.
Su abuelo, Agustín Atheortúa, empezó 41 años atrás con la tradición de participar en el Desfile de Silleteros; ahora lo hacen también su hermano, sus tíos y su padre. La familia ha ganada 21 premios, según los cálculos de Clara desde el año 77, en tres categorías: Monumental, Tradicional y Emblemática.
La mujer, con fluidez y elocuencia, recuerda que durante su niñez pasó horas mirando a su abuelo diseñar y hacer figuras con flores en grandes trozos de cartón ovalado. “Así fui aprendiendo todo sobre las silletas. Más grande, después de tanto ver, empecé a hacer. Generalmente usamos flores que se cultivan acá en Santa Elena, pero en la categoría Monumental, como gana la silleta con mayor variedad de especies, a veces las traemos desde otros lugares: en Fredonia, por ejemplo, el clima es bien distinto y crecen unas flores muy exóticas, como las heliconias”.
Clara y su hermana prefieren quedarse en casa mientras sus padres y sus dos hermanos, junto a los otros migrantes de la región, viajan a la ciudad. Este 2011 la Alcaldía de Medellín presupuestó la vista de 50 mil personas en todo el corregimiento durante la noche del seis de Agosto. Clara calcula que a su casa, ubicada en la vereda El Placer, entraron alrededor de tres mil. “Hay gente recatada que llega no más hasta el patio; pero otra, menos tímida, entra hasta la sala de la casa. A mí no me molesta, al fin y al cabo ahí están los premios y es bueno que los vean; pero imagínese una visita de tres mil personas… ¡la casa termina hecha un caos!” En la noche, después del Desfile, la familia entera se reúne para una celebración tranquila, sea cual sea el resultado.
De la casa viene una voz femenina que grita “Clarita, ¡vea a Martín Emilio (su padre) en la televisión!”. Clara, entre apenada y emocionada, corre hasta la entrada de la casa. Es oscura y fresca, hay imágenes religiosas y las paredes son amarillas. El televisor proyecta un típico campesino que las dos hermanas miran con orgullo. Probablemente una nueva medalla llegará a hacerle juego a las que ya cuelgan en la sala.
La casa de los Atheortúa, en la vereda El Placer, seguirá recibiendo visitantes inesperados durante el año. Viajeros que quieren conocer sobre la tradición silletera saben dónde llegar. “Siempre estamos dispuestos a hablar de nuestro trabajo y de nuestra historia. ¡Nos sentimos supremamente orgullosos!”.

Mientras los silleteros, ovacionados por cientos de espectadores, llevaban coloridos jardines a sus espaldas por la avenida Regional, en el corregimiento de Santa Elena casi se escuchaba el silencio después de una ruidosa noche de fiesta. Algunos de sus habitantes, para evitar el bullicio y la multitud, vieron a sus familiares y amigos a través de la televisión.
Todavía quedan rastros de la noche; uno que otro viajero, una que otra flor. En unos minutos será el medio día y a las calles ya no las llena la gente sino el sol. La plaza de Santa Elena alberga una nostalgia adicional a la de cualquier otro domingo; como si extrañara algo que mucho ha esperado y