Tres puntos finales
VERÓNICA SUÁREZ RESTREPO
EL HUMOR ES ALGO MUY SERIO
Mejor crónica escrita - VIII versión de Periodistas en la Carrera (Universidad EAFIT)
“Damas y caballeros, niños y niñas de todas las edades, ¡bienvenidos al famosísimo Circo de los Hermanos Gasca!”, exclama, con voz de locutor de los años cincuenta, un hombre embutido en un apretado atuendo blanco de una sola pieza, un frac rojo y unas botas negras. En medio de redobles y palmadas regulares que vienen del público, comienzan a salir, desde debajo de las graderías de aquel espacio circular, payasos, caballos, trapecistas y malabaristas, bailando al son de una tonada alegre: “qué viva don Jesús, don Jesús Fuentes Zabalsa, que a México le dio su corazón y también el famoso Circo Unión”. La gente aplaude entusiasmada. En aquel recinto donde las bancas tienen los colores de la bandera mexicana y las caras de muchos parecen lienzos de algún pintor descuidado, sólo hay espacio para la diversión.
El dulce olor del algodón de azúcar se entrelaza con el del excremento de caballo y con el de las crispetas de mantequilla, pero, a juzgar por sus caritas exaltadas, estas particularidades no tienen ninguna importancia para los niños asistentes. “Mami, mira, ¡un pony! ¿Puedo pedirle uno de ésos al niño Dios?”, pregunta con una ingenuidad enternecedora María Alexandra Palacio, de tres años, mientras palmea al ritmo de “don Jesús Fuentes Zabalsa”. El protagonista de la melodía es precisamente quien en 1938, junto a su esposa, María Luisa Gasca de Fuentes, fundó una de las cadenas de circos más grande del mundo actual.
El hombre detrás de Tolín
Son las seis de la tarde de un jueves de noviembre del año 2011. En la parte posterior de Ayurá Motors, sobre la avenida Regional de la ciudad de Medellín, se levanta la carpa del Circo de los Hermanos Gasca. La función tardará una hora y media en empezar y aún la diversión no despierta. Los animales lucen cabizbajos y reina un silencio casi sepulcral. Van entrando hombres y mujeres comunes y corrientes, de los que leen la prensa en el metro o escuchan música mientras “cabecean” en el bus.
- Aquél de allá es el payaso – dice Fernando Artunduaga, jefe de seguridad de la familia Gasca, señalando al próximo hombre de semblante gris que cruza la puerta.
El otro Fernando, de apellido Sanhueza, el payaso, es bajito y de nariz prominente, perfecta para el accesorio colorado que lo caracteriza a él y a sus colegas. Su acento delata una procedencia extranjera.
- Los payasos chilenos somos catalogados como los mejores del mundo – afirma, vanidoso. – Hace casi un año, el 26 de noviembre de 2010, vine desde mi tierra. Un primo mío trabajaba para este circo y como estaban buscando payasos, me recomendó. Yo envié un dvd representando a Tolín, mi personaje, y al parecer a los dueños les gustó mi trabajo, porque aquí sigo. El humor hay que tomárselo muy en serio… Eso es lo que me distingue de muchos otros.
En las venas aserrín, no sangre…
Su expresión va cambiando al hablar de su oficio; se asoma una sonrisa por la comisura de sus labios. Su historia lo condena – en un sentido positivo- a pertenecer al circo y afirma no imaginarse viviendo de otra manera.
- Por el lado de mi padre pertenezco a la sexta generación circense; por el lado de mi madre, a la séptima. Mi madre fue trapecista y mi padre, payaso. ¿Cómo iba yo a irme de oficinista? Esta historia es bien graciosa: resulta que mi papá estudiaba para ingeniero de minas, pero al ver una función del circo de mis primos, que llegó a la ciudad cuando él tenía alrededor de 16 años, dejó los estudios y se dedicó a “payasear” junto a ellos. En otro circo conoció a mi madre.
Fernando habla de su pasado con el afán de un poeta que elogia una flor. La pasión se lee en sus ojos. Cuenta, con una cierta nostalgia maquillada por su sonrisa, cómo vivió de niño en una casa rodante.
- Conocí muchos lugares viajando con mis padres; en 1992 fueron contratados por un circo en el Ecuador. Estuvimos un año allá. Luego fuimos a Brasil, a Chile, a Perú y a Argentina. Tuve una infancia muy agradable… no muchos pueden darse el lujo de tener un elefante como mascota, ¿verdad?
Mientras sus padres actuaban, él los imitaba: “yo era el payaso debajo de las graderías”, afirma. “Yo llevo el aserrín del suelo del circo en mis venas”, como dice mi padre.
Más peligroso el humor que la velocidad
Fredy López es hermano de Fernando – ojo, en el circo no se hacen compañeros sino hermanos- hace tres meses. Su oficio es bastante riesgoso, pero afirma tenerle más miedo a la nariz roja.
López trabaja como motociclista en un acto llamado “el globo de la muerte”. Dentro de una esfera de cinco metros, construida con una especie de tejido metálico que permite ver el interior, giran a velocidades que oscilan entre 50 y 60 km/h tres motociclistas a la vez. La pista es aquella red de la que está construida la esfera. El acto dura aproximadamente siete minutos. No hay que tener dos dedos de frente para imaginar el riesgo al que se expone este hombre noche a noche.
- ¿El oficio más complicado del circo? ¡Ser payaso! Yo le tengo más miedo a la responsabilidad de hacer reír a la gente que a caerme de la moto. He sido payaso, y sudaba más antes de entrar a la función con ese traje de colores que con el casco que hoy me acompaña. Gracias a Dios ejerzo lo que me gusta. A Fernando lo admiro profundamente. Es divertido y siempre logra carcajadas de los niños del público. Me quito el sombrero… O el casco, más bien.
¡Cuénteme un chiste!
- Y cuando llego a Mc Donald’s, por ejemplo, me dicen: “¿usted de dónde es?” – “de Chile” – “¿y qué está haciendo aquí?” – “trabajo en el circo como payaso” – “¡cuénteme un chiste!”. Y entonces, me toca explicar que los payasos no contamos chistes sino que los realizamos. A veces escondo las nuggets y le digo a la señora que el pedido está incompleto. Ahí se ríen porque entienden la verdadera esencia del oficio. Más que contar el chiste, hay que generarlo.
Sanhueza dice que el público más difícil es el colombiano, en especial el de Bogotá. Afirma que la gente es seria, pero esa exigencia lo ha hecho crecer profesionalmente. Ha disfrutado a Medellín por el clima y por las mujeres.
Fernando cuenta que su vida normal gira en torno al circo. Se levanta tarde y desayuna antes de bañarse. Ensaya sus números y toca el saxofón. Se ducha, almuerza y a las cinco sale para el trabajo. En Chile vive su esposa con su hijo, y espera traerlos a vivir consigo antes de finalizar el presente año.
- Me hace feliz hacer reír a la gente. No importa si es policía o si es un niño, puedo molestar al que quiera y nunca me va a pasar nada. Ser payaso no sólo es mi oficio, es mi vocación y mi pasión. Es lo único que me permite ser quien realmente soy… ¡lo único que me hace sentir libre!