Tres puntos finales
VERÓNICA SUÁREZ RESTREPO
dinosaurios, guerra y terrorismo
“A la hora de razonar un hombre debe ser cauteloso con las palabras,
pues además de significar lo imaginado por los otros sobre su naturaleza,
las palabras tienen también el significado de la naturaleza, disposición e interés del hablante”.
- Thomas Hobbes.
En marzo de 2012 la revista Semana informó que el Estado de Nueva York, en Estados Unidos, tiene prohibido el uso de 50 palabras en los exámenes de sus centros educativos. Si esto suena extraño, ¿qué decir de la explicación? Los estudiantes neoyorquinos no pueden escribir cosas como “dinosaurio”, porque puede ofender a los creacionistas; “halloween”, porque promueve el paganismo; “riqueza” y “pobreza”, porque son términos clasistas; y “terrorismo”, porque es una palabra horrorosa. La relación entre la cantidad de términos y el absurdo de las razones para su condena, es casi directamente proporcional. Sobre este tipo de legislación, irracional en apariencia, ya había hablado Hobbes en el siglo XVII.
En el universo político, el asunto del discurso ha sido siempre objeto de preocupación. Si los gobernantes deben ejercer soberanía sobre algo, es sobre el lenguaje. “El uso general de la palabra consiste en transformar nuestro discurso mental en discurso verbal”, y viceversa. Así, el modo en que nombramos las cosas da paso a unas ciertas estructuras mentales que permiten la construcción de un imaginario colectivo favorable o desfavorable para el soberano.
Dado nuestro contexto, nos causa un interés particular el caso colombiano en el ámbito del conflicto. Partiendo de las posibilidades que ofrecen los discursos, podemos pensar que estamos frente a una guerra civil o frente a una amenaza terrorista. Valdría la pena echar mano del tratado sobre lenguaje y debate político del norteamericano George Lakoff, No pienses en un elefante. En este libro, el lingüista dispone un contraste entre el discurso republicano y el demócrata, insistiendo en las consecuencias que cada uno trae para el imaginario del pueblo estadounidense. No expondremos aquí los planteamientos respecto a los dos partidos del país del norte. Sin embargo, Lakoff resulta útil porque, tanto en Norteamérica como en Colombia, la manera en que se enmarcan las discusiones supone un modo de percibir el mundo e, incluso, un modo de vida.
“En política nuestros marcos conforman nuestras políticas sociales y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar nuestros marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es cambio social”. Los marcos son entornos cognitivos que delimitan las cosas en las que piensa la gente cuando se le habla bajo determinada forma discursiva. Esto es, cuando una discusión se enmarca, el marco, necesariamente, excluye unas cosas y obliga a hablar de otras. “El modo en que el lenguaje sirve para rememorar la consecuencia de causas y efectos consiste en la imposición de nombres, y en su conexión”.
En Colombia, cuando se habla de la situación de conflicto, hay dos discursos distintos que están claramente delimitados. Llamaremos “discurso uno” al que afirma que nos encontramos en guerra civil; y “discurso dos” al que dice que estamos bajo amenaza terrorista. Cada uno tiene implicaciones diferentes e impone una cierta terminología. Por ejemplo, el discurso uno habla de “violencia”, y el discurso dos, de “seguridad”. El primero, entonces, supone dos actores de conflicto violentos; el segundo, supone que de un lado del conflicto hay una cierta población vulnerable y que del otro lado están quienes deben protegerla.
“Gracias a esta imposición de nombres, de significación estricta unos y amplia otros, transformamos el reconocimiento de las consecuencias de las apelaciones”. Las consecuencias de elegir una u otra manera de nombrar son diversas. El discurso uno llama a los actores del conflicto “grupos armados” y “población civil”; el dos, “delincuentes y terroristas” y “ejército nacional”. Para el segundo discurso, los ciudadanos constituyen un tercero del que poco se habla; ya veremos por qué. El discurso uno, otorga una cierta legitimidad a los “grupos armados” al catalogarlos como tal. Para este discurso, quienes le hacen frente al primer actor de conflicto hacen parte de la “población civil”; la policía, por ejemplo. En el segundo discurso, en cambio, se reconocen dos bandos: el malo, al ser nombrado bajo la acepción de “delincuentes y terroristas” pierde toda legitimidad; el bueno, el “ejército nacional”, no sólo la tiene toda, sino que además supone que el tercer involucrado – el pueblo- está de su lado. Por eso se habla tan poco de él, porque al hablar del ejército se infiere que se habla también de los ciudadanos. La delimitación de los discursos implica, también, que algunas cosas resulten importantes y que otras, no. Por ejemplo, para el discurso dos, la protección del territorio no es tan importante, ya que más bien se centra en el ejercicio de la democracia; lo contrario ocurre con el discurso uno. No es que estas cosas sean excluyentes, pero el marco elegido sí supone que es conveniente que se piense más en ciertos elementos y menos en otros.
Ahora bien, el asunto no siempre se trata de cómo nombrar las cosas sino de qué cosas nombrar. Es dicho que las cosas existen en tanto se nombran. En el Estado de Nueva York, dijimos al comienzo de este texto, es prohibido hablar de “riqueza” y “pobreza”, como si las realidades desaparecieran del panorama al eliminar la palabra. Esta posición, aunque un tanto nominalista, nos ayuda a comprender por qué a veces se escucha hablar de “tratados internacionales” y otras veces de “derecho humanitario”: no es que dejen de existir, sino que, dependiendo del marco, se hace conveniente nombrar unas cosas u otras.
¿Qué ocurre, entonces? Luego de las anteriores consideraciones cabe la pregunta por la verdad. ¿Quién tiene la razón sobre nuestra situación? ¿Es más acertado hablar en los términos que impone el discurso uno o el dos? Nunca deja de ser pertinente regresar a Hobbes. En su pensamiento encontramos una afirmación que nos confirma cuánto poder tiene el lenguaje sobre la realidad de los hombres: “verdad y falsedad son atributos del lenguaje, no de las cosas”. El marco, como bien afirmó Lakoff, delimita las cosas en las que se piensa y las cosas que se ignoran, y de este modo, traza el modo de proceder de los hombres. Así, la situación de conflicto en Colombia es, también, un asunto de discurso.