Tres puntos finales
VERÓNICA SUÁREZ RESTREPO
arte, ciudad y vida
¿Para qué sirve el arte? Para salvarnos un poco del tedio inevitable de la vida y, al mismo tiempo, para darnos una breve pero fulgurante ilusión de eternidad. Pensemos en la función del marco en las obras pictóricas. Éste se usa para separar lo que es arte de lo que no lo es. Afuera está la vida, con su carrera, su constante transcurrir. Pero adentro… Adentro están dispuestos ciertos elementos arrancados para siempre del tiempo mismo. Un momento eterno para la contemplación.
Del mismo modo en que los límites del cuadro marcan el inicio (y el final) de un universo, los museos también actúan como recintos que separan el arte del resto del mundo. Los museos son espacios que se asemejan mucho a lo sagrado: el silencio, el ensimismamiento y la reflexión que suscitan recuerdan el contacto con lo sublime, que sólo es posible al aislarse del mundo exterior. ¿Qué papel juegan, entonces, los museos en la sociedad?
Hace unos meses, en el centro de mi ciudad, El Pequeño Teatro, una modesta compañía teatral y uno de mis lugares favoritos en Medellín, presentó una obra que viene bien para ilustrar el primer punto que propongo en este texto. Se titulaba El guía del museo y era una adaptación de El guía del Hermitage, del peruano Herbert Morote. Se enmarcaba en la Segunda Guerra Mundial, antes de que los alemanes completaran el cerco de Leningrado. El gobierno soviético había ordenado sacar todas las obras del Museo del Hermitage y, sin embargo, un viejo guía decidió continuar con las visitas, explicando los cuadros ausentes y describiéndolos con tal pasión y destreza que los visitantes acababan por verlos y apreciarlos. En medio de un panorama desolador Pavel Filipovich, el guía del museo, abría a los habitantes de la actual San Petesburgo las puertas de la belleza y de la esperanza. En este sentido podemos hablar de los museos como lugares que nos “salvan” del mundo. Porque no importa lo que ocurre afuera cuando se contempla un Rubens o un Dalí… No importa cuando lo que se contempla lleva, aunque sea por un instante, a experimentar la plenitud.
Ahora, cuando hablo de una ilusión de eternidad me refiero a dos cosas. Primero, las obras mismas, que tienen la capacidad de inmortalizar, por ejemplo, a la infanta Margarita y a sus sirvientes; de volver eternos a ciertos personajes, a ciertos artistas e, incluso, a ciertas naturalezas muertas. Pero también, y creo que esto es más importante, las obras pictóricas, escultóricas y arquitectónicas capturan para la eternidad los valores de ciertas sociedades y son al mismo tiempo reflejo de la historia. Desde la religión en el arte bizantino, pasando por la monarquía en el renacimiento, hasta llegar a los productos culturales del arte contemporáneo.
En este punto quisiera hacer una pausa para hacer una breve anotación acerca del arte contemporáneo. En lo personal, me parecían una degradación del arte obras como Fuentede Duchamp o las latas Campbell de Warhol. Sin embargo, alguien me hizo ver que estas piezas son elevadas al estatus de arte por el contexto en el que surgen: por el desasosiego de la posguerra, por la producción masiva del siglo XX, etc. Esto lo digo, simplemente, porque antes he hablado acerca de obras en las cuales tanto el artista como la técnica y la belleza juegan un papel crucial, y en el arte contemporáneo esto no se hace tan relevante. Además, mencionar el arte contemporáneo permite cerrar este texto hablando del papel que cumplen los museos en las ciudades del siglo XXI.
Ya hemos mencionado que los museos se encargan de contar la historia de los pueblos y de albergar piezas que nos llevan a otros mundos o, al menos, nos permiten aislarnos de la cotidianidad. Teniendo en cuenta que nuestro tiempo no es exactamente uno apto para la contemplación, los museos han hecho algo que me resulta bien interesante y es ampliar su contenido. Es decir, no se limitan a ser recintos llenos de obras, sino que celebran otro tipo de eventos, como charlas, tertulias y conciertos. También se han extendido a otros ámbitos que resultan llamativos para otro tipo de públicos: por ejemplo, hoy se habla de museos de ciencia. En Europa hay una cantidad de museos con estas características y es tal su éxito que ciudades latinoamericanas como Medellín, la ciudad de la cual vengo, abrió hace unos años el MAMM - Museo de Arte Moderno de Medellín- en una bodega que solía ser un taller de metalurgia. Allí se realizan, por supuesto, exposiciones de obras pictóricas y escultóricas, pero además, a su alrededor se construyó un parque donde la gente puede ir a jugar con sus mascotas, hacer un picnic o disfrutar de conciertos al aire libre el primer domingo de cada mes. De este modo podemos observar que si bien el arte puede ser visto como un fin en sí mismo, quizá viene bien ampliar un poco esa definición y apreciar el hecho de que el arte no sólo tiene un papel importante en la cuestión de alimentar el espíritu o de contar la historia de determinada sociedad, sino que también tiene un rol fundamental en la dinamización de las ciudades.