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Sempiterno, na.

 

(Del latín sempiternus).

 

No me va bien con los finales. Ni de los libros, ni de los viajes, ni de las relaciones. Después de terminar un libro, tengo que hacer un duelo. Despedirme de personajes que, aunque no en el mundo físico, son absolutamente reales para mí. No quiere decir esto que me gusten las segundas partes. De ninguna manera. Sólo unos cuantos genios pueden darse el lujo de reabrir un círculo cerrado. Sin embargo, lloro cuando acabo un libro, cuando acabo un viaje o cuando acabo una relación.

 

Las palabras nos salvan de la vida. De este constante desajuste – porque es cierto que la vida está hecha de instantes que mueren- me salvó a mí la palabra “sempiterno”, que define aquello que tiene principio, pero no final. Esta palabra me permitió conciliar con los últimos capítulos, los aterrizajes y las despedidas. Porque los personajes viven con uno; a veces en los nombres de los hijos, a veces en los hábitos matutinos o en las copas de vino pasada la medianoche. Los lugares que se dejan pueden siempre revisitarse en nuevas compañías y con nuevos aires. Y las personas a las que les decimos adiós siempre tendrán algún tipo de relación con nosotros. Quizá una relación en la que no nos hablemos. Quizá una relación en la que ya no nos veamos. Pero una relación, en todo caso. Porque el “eterno resplandor de una muerte sin recuerdos” simplemente no es posible en la vida real.

 

De ahí, el nombre del blog. En la vida, al menos en la mía, a cada punto final lo suceden otros dos. (..)

Verónica Suárez R.

 
Estudiante
Comunicación Social
 
Medellín, Colombia
 

 

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